Crónica Negra | La “chorimaestra” y su novio ladrón

Willmer Poleo Zerpa | ÚN.- “Mía, mía, el teñol tiene una pistola, pum, pum, pum, paz. Politía, politía, llévente preso a ete ladrón”, gritaba uno de los niños que vio a los hombres armados que aquella mañana incursionaron en el plantel. El resto de los chiquillos comenzó a gritar, casi a coro, y hubo algunos que rompieron a llorar, aún cuando no tenían conciencia real de lo que estaba ocurriendo, ni mucho menos de la gravedad.
Aquella mañana había rumores de que en Petare un grupo de delincuentes estaba promoviendo desmanes y saqueos, por lo que toda la zona estaba alborotada. De hecho, en Palo Verde habían amanecido dos tanquetas de la Guardia Nacional, así como al final de la avenida principal de La Urbina, donde la noche anterior un grupo de zagaletones saqueó una panadería y se había llevado hasta la caja registradora, aunque en realidad fue muy poca la comida que cargaron, ya que los sujetos que actuaron buscaban fundamentalmente objetos de valor y dinero.
Los vecinos caminaban presurosos y veían hacia todos lados por pura precaución. En el aire flotaba un olor picoso, residuo de las lacrimógenas de la noche anterior, el cual se mezclaba con los gases que aún emanaban los restos de cauchos incendiados. José Miguel iba en una camioneta de pasajeros de esas que van hacia la Universidad Santa María. Llevaba a su hijo al colegio. El pequeño iba pegado a la ventana y jugaba a contar todos los carros y las motocicletas que pasaban a su lado. Le encantaban los autos blancos y cada vez que veía uno se lo enseñaba a su papá.
El asalto. Ya llegaban al colegio Caracas, un plantel para niños con necesidades especiales ubicado a la altura de la urbanización La Florencia, a la altura del kilómetro 1 de la Petare-Santa Lucía, cuando vieron en actitud sospechosa a cuatro hombres que descendieron de dos motocicletas. José Miguel canceló el pasaje y le dijo al chofer que lo dejara un poco más adelante. En ese instante, vio que el último de los sujetos sacó un arma de fuego cuando entraba al plantel. Se acercó sigilosamente y vio que mantenían sometido al portero del colegio, por lo que se hizo el loco, tomó cargado a su hijo y caminó presuroso hasta la esquina. En ese momento, pasaron dos agentes de Polisucre y el hombre les contó lo que había visto. De inmediato, estos radiaron la novedad. Rato después habían llegado al sitio otros seis policías.
Ya dentro del plantel, los delincuentes comenzaron a entrar en cada uno de los salones y robaron a las maestras; incluso les quitaron los celulares a varios de los niños. Una docente intentó oponerse y le dieron un cachazo en la cabeza. Un hilo de sangre comenzó a bajar furioso y manchó la blusa que llevaba puesta, lo que provocó que varios niños comenzaran a llorar. Todas las maestras fueron encerradas en uno de los salones. Cuando se marchaban los malandros, les pidieron las llaves de dos de los vehículos aparcados fuera. Lo que no se imaginaban era que el compañero que habían dejado cantándoles la zona ya estaba en poder de la policía y que ellos al menos media docena de uniformados los esperaba.
Al salir, con sus enseres mal habidos en el lomo, intentaron abordar sus motocicletas para escapar del sitio y se percataron de que estaba la policía. Sacaron sus armas y se inició el tiroteo. Uno de los ladrones, quien no debía llegar a los 18 años, cayó de bruces tras se impactado por varios pedazos de plomo humeante cuando intentaba internarse en el barrio Píritu. Tras desarmarlo debidamente, los agentes lo montaron en una patrulla y lo trasladaron hasta el hospital Domingo Luciani, pero ya era tarde. Había fallecido en el camino.
Otro de los malhechores soltó el arma que portaba y echó a correr, pero fue perseguido y detenido en plena carrera. Los otros dos lograron escapar porque ganaron la zona montañosa.
Nervios a millón. Todas las maestras hablaban al mismo tiempo y algunas tuvieron que sentarse y tomarse algo para tratar de calmarse un poco, pues los nervios les provocaban un temblor en todo el cuerpo.
La directora del plantel no valía medio; tampoco la señora de la cantina, quien fue golpeada en la cabeza con una de las armas porque salió en defensa de una maestra. Una señora de la limpieza le había aplicado una compresa con agua en la cabeza para evitar que la sangre le continuara saliendo. La idea era llevarla al hospital. Carros había, pero piernas no. Todos estaban muy asustados. No era para menos. Era la primera vez que los asaltaban y era la primera vez que muchos de los alumnos y las maestras escuchaban disparos de tan cerquita.

Pesquisas. Los funcionarios policiales revisaron cuidadosamente todas las instalaciones, recolectaron los cartuchos de bala que habían quedado regados por doquier, tomaron declaración preliminar a varios de los testigos, dieron algunas citaciones, montaron las dos motocicletas en una camioneta y se marcharon.
Por la tarde, los policías regresaron y pidieron hablar con la directora, quien para entonces ya estaba mucho más calmada. Le explicaron que tenían fuertes indicios de que una de las maestras suyas estaba involucrada en el asalto. Ahora sí era verdad que a la directora le iba a dar algo. Sintió que la tensión le subió y le bajó al mismo tiempo. 

La docente


La docente fue detenida e interrogada y se corroboró que había sido la que suministró a la banda criminal todos los datos internos del plantel. Tenía tres años trabajando allí y era muy apreciada por sus compañeras de trabajo.

Me cuenta la tía Felipa que la descubrieron porque alguien comentó que ella fue la única a la que no trataron mal los delincuentes y, aparte de eso, no le quitaron su teléfono celular. Pero sobre todo por el hecho de que a media mañana se presentó un joven a la sede de la policía y denunció que le habían robado su motocicleta ese mismo día por la mañanita. 

A uno de los policías le pareció sumamente extraño que hubiera esperado hasta tan tarde para poner la denuncia si le habían robado la motocicleta temprano en la mañana. 

 Lo cierto es que fue sometido a interrogatorios y luego de una hora de preguntas y repreguntas, el joven se contradijo y allí fue cuando detectaron que algo estaba ocultando. Luego se descubrió que la moto que el joven denunciaba como robada era una de las que había sido recuperada en el asalto. Quedaban dos opciones: o prestó la moto para el asalto o simplemente él era uno de los que habían logrado escapar.
Finalmente, confesó que fue uno de los participantes y que era pareja de una de las maestras de la escuela, quien le había dado todos los detalles para que cometieran el robo. Ambos fueron detenidos de inmediato.

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