La sangrienta venganza de la enfermera

  AUTOR  Cristian Antonio Cooz miercoles criminal

La sangrienta venganza de la enfermera

En la venganza, como en el amor, la mujer es más bárbara que el hombre , dijo una vez el filósofo alemán y uno de los más grandes pensadores del siglo XIX, Friedrich Nietzsche. Si Nietzsche estaba loco o no, por haber acuñado aforismos como Dios ha muerto , entre otras cosas, es harina de otro costal, pero en la frase del inicio, viene como anillo al dedo para nuestro relato.
La sangrienta venganza de la enfermera
Todo comenzó una calurosa tarde de febrero de 2014 a las afueras de la ciudad de Cúcuta, en la frontera con Venezuela. En esa capital del Norte de Santander, un grupo de irregulares de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia del llamado Frente 29 de Mayo entraron a un hospital en Cúcuta, y se llevaron a uno de sus integrantes que estaba siendo atendido en ese centro de salud luego de ser herido en una refriega contra el ejército de ese país.

Desgraciadamente, ese día, los guerrilleros no solo se llevaron del nosocomio a su compinche herido, sino que también sometieron y secuestraron a un médico de guardia y a la enfermera que había estado atendiendo al irregular herido.

Cuando subieron a la camioneta que los esperaba, los guerrilleros obligaron al médico y a la enfermera a seguir prestándole atenciones al herido por varias horas de viaje, mientras llegaban a una zona apartada en la selva.



Un calvario insoportable

Desde el momento en que fueron plagiados, el galeno y la enfermera vivieron un infierno en la tierra. Al tercer día, en que atendieron al paciente casi sin comer ni dormir, éste estiró la pata. La herida de fusil que tenía en su estómago era demasiado monstruosa como para que pudiera salvarse; sin embargo, nadie se explicaba cómo fue que duró tanto tiempo.

El doctor y la enfermera pensaron ingenuamente en que serían liberados, pues habían cumplido con su trabajo sin quejarse y ya no había razón para que los retuvieran más. No contaban con que estaban en manos de unas bestias diabólicas, cuyo único fin en la vida era cometer atrocidades por el simple hecho de cometerlas, tratando de disfrazarlas y justificarlas con consignas y razones mezquinamente estúpidas en las que nadie ya creía luego de 50 años de sangrienta guerra con las fuerzas del Gobierno colombiano.

Cuando aquellos guerrilleros dijeron a la enfermera identificada como Martha y al doctor Ovidio que no serían liberados y que deberían trabajar para las Farc, el mundo se abrió ante sus pies.

Martha, quien apenas tenía 24 años y dos ejerciendo su oficio de enfermera, suplicó hasta quedarse sin lágrimas que la dejaran marchar. Los líderes del frente guerrillero les prometieron a ella y al doctor Ovidio que estarían ahí por unos seis meses y que luego les dejarían irse.

Aunque parecía mentira, la promesa era real; los líderes guerrilleros del frente 29 de Mayo sí tenían intención de cumplir con la promesa de liberación, y lo iban a cumplir, pero en ese lapso se produjo la tragedia.

A la enfermera y al médico los pusieron a atender pacientes guerrilleros heridos en combates con la policía y el ejército. Uno de los guerrilleros, a quien los comandantes habían asignado para cuidar a la pareja, juró hacerles la vida de cuadritos. Los trataba con brutalidad. Los odiaba por odiarlos; ellos no le habían hecho nada, pero él los odiaba porque era un resentido social, un nihilista que se jactaba de decir que Dios y el mundo eran sus enemigos.

Alias El Turco , como era conocido, había sido un delincuente de poca monta en las calles de Cartagena de Indias, antes de entrar a formar filas en las Farc. Fue en esa ciudad costera donde había sido humillado, ridiculizado y había recibido mil palizas cada vez que lo agarraban robando.

Había vivido una vida de miseria, pero era exclusivamente su culpa haberse sumergido en el mundo de las drogas y la delincuencia, porque sí, pues aunque su familia quiso ayudarlo, siempre terminaba robándolos para comprar drogas. Un día decidió que se uniría a las Farc para dar rienda suelta a su odio contra la humanidad.

En manos de semejante sujeto fue que cayeron Martha y Ovidio. Alias El Turco los hacía pasar hambre y sed hasta el límite y los hacía trabajar sin descanso. En una oportunidad que tuvieron, Martha y Ovidio se quejaron con el comandante del Frente 29 de Mayo y éste amonestó severamente al Turco .

A las semanas siguientes de la reprimenda, alias El Turco se enteró de que el jefe iba a honrar su palabra y a dejar libres al médico y a la enfermera. Para evitar esto, se llevó a ambos a una zona de combate con la excusa de que necesitaría personal médico.

La plomazón fue brutal. La enfermera y el médico escuchaban las detonaciones y se acurrucaban en un agujero en la húmeda tierra no lejos de un río que no pudieron identificar. Las explosiones se acercaban a ellos y veían volar por todas partes brazos, piernas, cabezas y tripas de los guerrilleros. Estaban bajo ataque de una unidad de helicópteros artillados del ejército colombiano. Martha y Ovidio supieron entonces que si no intentaban escapar, morirían ahí mismo, o a manos de El Turco y de sus guerrilleros. Huyeron por un sendero, esquivando balas, humo, gritos desgarradores, sangre y muerte.

Cuando creían que estaban a salvo, El Turco les salió al paso armado con un fusil de asalto. El doctor Ovidio, en un acto de valentía impulsado por las circunstancias, saltó sobre el despreciable guerrillero, intentando desarmarlo. Martha vio impotente cómo El Turco apretaba el gatillo y mataba sin piedad al galeno.

Aterrorizada ante aquel infernal espectáculo, ella quiso huir, pero El Turco , riendo como el demonio que era, saltó sobre ella y la apaleó ferozmente. Martha pensó que era la hora de morir, y ya no tuvo ánimos de defenderse& se entregó a la muerte, aunque ésta la rechazaría.

¿Te acuerdas de mí?...

Soy Martha, la enfermera

El despreciable guerrillero la violó impunemente. Decidió no matarla. La hizo volver en sí a punta de bofetadas para que viera lo que iba a hacerle. Le introdujo un tubo de metal mientras reía con su risa maldita.

Martha sintió que se desgarraba. El dolor era tan infinito al principio, pero luego ya no sentía nada. Solo quería morir. El guerrillero la dejó en ese sitio y se fue muerto de risa. De verdad había disfrutado tamaña maldad.

Pasaron algunas horas y Martha se dio cuenta de que estaba viva. Pudo incorporarse aun con el tubo, pero no lo sacó. Como enfermera que era, se dio cuenta de que si lo hacía, podría desangrarse. Caminó un trecho sin saber si lo había hecho por días u horas. Lo cierto es que pronto se encontró en una carretera polvorienta donde divisó un jeep militar y se desvaneció.







El jeep que había visto era de una unidad militar venezolana. Sin saber cómo, ella había cruzado la frontera, siendo auxiliada. Pasaron meses hasta que finalmente la dieron de alta en un hospital de San Cristóbal. Con las cicatrices aún en su cuerpo y en su alma, decidió volver a Cúcuta, donde comenzó a ejercer nuevamente su profesión por unos días, pues había decidido irse a vivir a Brasil con unos familiares.

Un fin de semana se enteró de que el ejército había abatido y herido a varios guerrilleros del Frente 29 de Mayo. Ella se aterrorizó, y lógicamente se negó a curar a los heridos que llegaban al hospital. Pero en una de ésas& lo vio.

                                 ¡la  venganza!

 
Uno de los sujetos que habían pasado en camilla ensangrentados era nada más y nada menos que ¡El Turco! . Esa cara de serpiente nunca podría olvidarla. Martha no dijo nada a nadie, pero se fue a la sala donde habían instalado al guerrillero.

Con calma siniestra se plantó ante él con una jeringa rematada por una temible aguja. ¿Te acuerdas de mí? , dijo Martha mientras manipulaba el instrumento como si fuera de tortura, sacándole el aire junto al líquido mientras miraba a su paciente-presa y le decía con sonrisa sardónica que no le iba a doler.

El guerrillero sintió un frío glacial que le recorría la espina dorsal. Se hizo pipí y pupú en los pantalones al ver los ojos de aquella mujer que había ultrajado tan vilmente hace poco más de un año. El Turco intentó gritar para pedir ayuda a los médicos, pero el nosocomio era una barahúnda. Nadie podría ayudarlo. Los ojos de aquella enfermera no eran los mismos que él había visto y abusado. Eran ojos de reptil que lo perforaban con la mirada con una actitud tranquila, pasmosa.

Como El Turco siguió gritando aterrorizado, ella, con la tranquilidad espeluznante, le partió la cabeza con un pato (urinario) de aluminio y siguió hablando como si nada mientras él seguía sangrando.

Al ver que ella tomaba en sus manos un bisturí, El Turco gritó nuevamente con todas sus fuerzas; lloraba a moco suelto y pataleaba pidiéndole perdón a la enfermera. Ella ni le paró. Solamente le cortó el pene de un tajo ¡¡¡zuasss!!! y lo echó al pote de la basura delante de su víctima. Como pudo, Martha le puso un torniquete en lo que le quedaba a El Turco para que no se desangrara y luego, con total sangre fría, le cortó ambas manos con un pequeño machete que siempre llevaba encima para defenderse desde que le ocurrió la tragedia.

Pero eso no fue todo. El guerrillero chillaba de dolor pidiendo piedad, pero Martha le sacó un ojo con el bisturí. Todo lo hizo limpiamente para no matarlo. Ella pensaba que la muerte era un premio para aquella sabandija, así que solo lo hizo sufrir lo indecible con las mutilaciones y luego se marchó, no sin antes jurarle al oído: sabrás de mí otra vez, seré tu sombra, el monstruo que tú creaste .

Cuentan quienes conocieron el caso que el guerrillero anda por ahí, mutilado y loco por el espectro de la enfermera que lo persigue en su cabeza. Ella, por su parte, se cree que huyó a Brasil o a Venezuela, donde se buscó un trabajo como enfermera, pero que espera volver para completar su bárbara venganza contra aquel criminal que tanto la hizo sufrir... y contra cualquier sádico.

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