Crónica de mi vida: de prostituta, alcohólica y drogadicta a lideresa comunitaria COLOMBIA


Crónica de mi vida: de prostituta, alcohólica y drogadicta a lideresa comunitaria COLOMBIA 

Publicado en por Acsa

Por Amado de  J. Ucrós

No puedo decir que nací prostituta, pero a los 14 años  ya estaba a las puertas de una casa de citas; tampoco alcohólica, pero a esa misma edad ya tomaba tragos; ni drogadicta, pero desde muy temprano fumaba bazuco. La vida me jugaba una mala pasada, que aquí les cuento en la crónica de mi vida.
Efectivamente, nací  en Medellín el 12 de julio de  1956, en una familia de 21 hermanos. Soy de temperamento alegre y muy traviesa, pero muy traviesa, desde niña.
Era la época en que la mayoría de edad se adquiría a los 21 años, pero yo con 12 ya desafiaba al mundo.
Mi padre se llamaba Jaime, y mi madre, Marta; ambos de origen campesino, siempre vivieron juntos y nunca se separaron, bendito sea mi Dios.
Yo soy  Ana Isabel Berruecos Saldarriaga, una paisa que ha probado de todo en la vida, y la vida ha probado todo de mí.

Tremenda y traviesa de niña, cuando apenas la pubertad se asomaba en mi cuerpo. Ese comportamiento hizo que en mi casa me alistaran maleta, y me enviaran en transportes Rápido Ochoa para Barranquilla, por primera vez.  En la Terminal de Transporte, que quedaba en el Paseo de Bolívar, me recibió Gloria Eugenia, una hermana que trabajaba aquí en una casa de citas, ubicada en el barrio Chino. Yo no sabía que ella trabajaba allí.
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Rostros que han envejecido con las mismas esperanzas y angustias en la (ZC) Zona Cachacal, acompañados de Ana Isabel.
Allí llegué y allí me quedé por un tiempo. Primero, en la casa de Lily, y después, en el Faro Rojo, sitios de fornicación sin contemplación ninguna o lo que es lo mismo: las casas del sexo.

Allí, donde Lily, se perdió mi inocencia de mujer cuando me enamoré perdidamente de un muchacho que era el hijo de la dueña de la casa de citas. Caí en sus brazos. ¡Pa’qué, era muy guapo!, y yo me acercaba a mis 15 primaveras. Yo ardía en amor por él. Con ese muchacho, de cuyo nombre no me acuerdo, ni quiero acordarme, las mieles de mi amor duraron un año, un año larguito. Mi destino era otro.
En el momento, fornicar era el negocio; eran las casas de la fornicación sin ningún temor, ético moral o religioso, además yo no sabía de eso. A un cura una vez en la iglesia lo escuché hablar del tema.
La plata me gustaba y me gusta, para qué lo voy a negar. De los amores angelicales con mi Adonis, pasé a los mortales.
Un señor de apellido Batalla, que era socio de la casa de lenocinio, nos llevaba a mí y al resto de compañeras a las Flores, un barrio cercano al río Magdalena, lugar en donde atracaban los barcos. Allí nos buscaba clientes entre los marineros ávidos de sexo.
A una de mis compañeras,, que era veterana, tenía hermosas piernas, lindo cuerpo, iba vestida con falda larga volada y una tanga brasilera le gustaba que la montaran al barco amarrada por los pies con un par de guayas que parecían grilletes. Aquello era un espectáculo. Al levantar guayas y anclas, la brisa del Magdalena echaba a volar esa falda, y quedaba al descubierto una diminuta tanga mostrando unos bellos, redondos y provocativos glúteos.

Izada la carnada, la explosión de júbilo de los marineros era total. Ya sus rifles estaban cargados, dispuestos a disparar de inmediato. El  capitán y unos marinos chinos gritaban y aplaudían: ¡Viva Balanquilla, viva Colimba!, viva Balanquilla, viva Colimba!   
A mí, me amarraban para subir a los barcos, ya que era muy nerviosa. Comenzada y terminada la faena la plata o pago por nuestras caricias no la recibíamos nosotras, sino el señor Batalla. Yo era muy de buenas con los marinos. ¡Eh, ave maría! Perdóname, señor. A mí y demás compañeras nos pagaban con perfumes, zapatos, ropa interior y otras fantasías. El señor Batalla nos mantenía surtidas de todo, y nosotras pedíamos y pedíamos, por lo que siempre estábamos sobregiradas. También nos metía clavija.
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Ana Isabel Berruecos Saldarriaga, con niños y adultos de la Zona Cachacal(ZC), para quienes gestiona atención de las autoridades.

No les he contado todavía, y ahora se lo cuento, fue que cuando pasé de una casa de citas a la otra, a mí me vendieron como cualquier animalito, por cien mil pesos. Eso era mucha plata, pero mucha plata, en esa época. Podrían ser como cinco millones hoy. De esa plata no recibí un peso.

Yo bonita, bonita, lo que se dice bonita, no era, pero sí elegante, llamaba mucho la atención. Muchos hombres se iban detrás de mí. En cambio, mi hermana era frágil, muy frágil. Yo peleaba mucho con ella. Bendito sea Dios.
Estando en estas andanzas, cualquier día se me dio por devolverme para Medellín, la nostalgia por mi tierra me invadió, y opté por regresarme. Allá, en «Medallo», como ahora le dicen, mi vida cambió, fui otra, hasta el punto que logré tener hijos, pero esa alegría, ese entusiasmo, ese don de mujer decente no duraría mucho: ¡caí en la drogadicción!
En la «Capital de la montaña» comencé a vivir casi que de inmediato con un señor que era casado, pero yo no lo sabía. Lo supe después, ya en el ocaso de esa unión.
Se llamaba David, y le decían don David. Me tenía bien, como una reina. Tenía de todo,  no me faltaba nada, pero el diablo estaba cerca tentándome.
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Jóven con una cría a cuestas. Es parte de laproblemática de ese sector.

David me decía que era soltero, y que vivía con su mamá, pero era mentira. Me enteré que en realidad era casado, que tenía nueve hijos y que exportaba drogas psicoactivas.
Yo quería mucho a ese hombre, tanto que le creía todas sus mentiras; para mí él  era como un Dios. Me enteré demasiado tarde de todos sus embustes, pues ya habíamos tenido hijos.
Conociendo la realidad me deprimí. Fue mi perdición, comencé a tomar licor, y a consumir  drogas hasta que el cuerpo aguantara.
En Medellín comenzó mi vida de alcoholismo y drogadicción. Atrás había quedado aquella etapa de prostitución, pero otra había comenzado su rumbo: alcohol y droga.
Saber de mi marido que exportaba drogas ilegales, que era casado y que tenía nueve hijos me causó una depresión tremenda y caí en el vicio.
Enterado de este infierno, David emprendió la misión de ayudarme a levantar. Me internó  en un centro de rehabilitación. El mejor de Medellín, pero nada; me salí, mejor, me volé. Lo mismo trató de hacer mi mamá. Nada, no pudieron conmigo. Yo tenía el demonio de las drogas encima.
Uno de esos días de depresión y perdición mi madre me dijo: «Chabela, Chabela, mija, ¿por qué me haces sufrir tanto, mijita querida? Yo estuve transparente y limpia contigo, ¿por qué nos arrojas tanto lodo?
Lo que mi madre me decía me ponía a pensar, pero no tenía una respuesta para ella. No éramos una familia rica, pero sí hijos de una sola madre y un solo padre, que velaba por nosotros; pero mi papá nunca me perdonó mis acciones de jovencita loca. 
Yo era un desastre: ya robaba, ya atracaba para comprar  drogas, para comprar el bazuco, bueno… ¡Qué fue lo que no hice! 

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Nohora Ramos, Directora del Sisben en el Distrito de Barranquilla, durante la jornada de entrega de KitsEscolares en la Zona C.

Intenté, una vez que me volé del centro de rehabilitación, volver con mi David, con el padre de mis hijos, pero estaba deshecha anímica y físicamente, aunque con él nunca me faltó nada; más bien opté nuevamente por alzar  vuelo y salir de Medellín. 

SEGUNDA PARTE
Cualquier día emprendí viaje para Barranquilla, pero resulta que yo no venía para «Curramba», mi destino era Bucaramanga. Pero me embarqué con un repollero, amigo mío, que venía para la Costa a distribuir su mercancía.
Yo traía plata, ya que había vendido todas mis pertenencias, y también le había robado dinero a David, mi marido. Junté más de un millón de pesos, que en ese tiempo era un montonón de plata.
Conmigo, el repollero, en el viaje, se manejó  muy bien, me daba mi comidita, aunque él sabía que yo tenía dinero. El viaje en camión estresa mucho y por eso los camioneros casi siempre viajan acompañados de mujeres, como copilotos. A mí me tocó quitarle el estrés dentro de la cabina al repollero, que era un viejito negrito, maluquito, pero buena gente, pa’qué.
Medellín, Cali, Bogotá y, por fin, Barranquilla. Aquí llegamos a una residencia llamada «Las Antillas», que quedaba en la carrera 35, una cuadra arriba del Paseo Bolívar.  Allí viví cinco días con el repollero, pero resulta que ahí mismito vendían  drogas, y yo no pensaba sino en eso. Le di la zapateada al negrito, digo, al repollero, y me quedé sola. Su trabajo era el de traer mercancía de Medellín o Cali, y venderla en toda la Costa, no solo en Barranquilla.
Ya sola y con plata -porque tenía plata- la droga en la cabeza, y recién venida de Medellín me fui a hospedar en el Hotel Diplomático, en donde pagaba 25 mil pesos diarios en ese entonces, y pagué un mes por adelantado.  Ese hotel quedaba por Muebles Jamar, pero había otro en la carrera 38. La gente que llegaba allí era cachetuda, la mayoría venía del interior, eran comerciantes o turistas.
La nueva rica del sector era yo,  con la plata que traje de «Medallo». Me daba el lujo de llegar en taxi a la zona Cachacal. Cuando llegaba a la Cachacal («metedero» de drogas), se peleaban por atenderme, entre ellas Miriam y Conchita, ambas atendían sendas caletas. Yo les tiraba la «liga», y ellas me hacían el cuadre para consumir droga.
Lo mío, aquí, en Barranquilla, es como se lo estoy contando. Recién venida de Medellín, todo era por lo alto para mí. Viví en la 72, de ahí pasé a Murillo, de allí al Parque San José, y después a la zona Cachacal, que fue donde me espaturré.
En la zona pasaba de caleta en caleta, y me prostituí bajo, muy bajo. Es decir, mis amigos, bajé de categoría.
Como les dije, me espaturré en la ZC. Para remate, vivía por allí cerca y había dos bares: uno que ya no existe, que se llamaba Bar Barranquilla, y el otro, La Florida.  En esos dos bares comencé a prostituirme nuevamente, desde las ocho de la mañana hasta las cuatro o cinco de la tarde.
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Me iba con los clientes, porque pa’qué, tenía buenos clientes, de ahí sacaba para pagar mi piecita, porque toda mi vida he pagado pieza. Compraba mi ropita, y me iba para la Zona Cachacal.
Todo era para la Cachacal, o sea, las caletas que en ese momento se llamaban El Templo, La Moneda
Elda Marino, Directora de la Oficina Distrital de la Mujer,quién afirma.A, Ana Isabel, (la Caleña), la hemos aprendidoa querer. Es una mujer valiosa. Muy respetable
 Gustavo, o «Tavo», como le decían, era el marido de la marica «Esmeralda», que fue el que me puso La Caleña. A mí me dicen La Caleña, pero yo soy paisa.
La «Esmeralda» era un travesti, nalgón y de buen cuerpo; por cierto que salía a rebuscarse con nosotras. A mí me tocó, como se dice entre ‘nos’, la época de la vieja guardia.
Andando por los caminos de las caletas hasta estuve presa, sin tener nada que ver con aquello de lo que se me acusaba. En este mundo uno está expuesto a todo. Se metió la Policía y decomisó todo el bazuco, y dijeron que eso era mío. ¡Poom!, para la guandoca. Fueron 19 días en prisión.
Me llevaron a la cárcel El Buen Pastor, y me di de cara con la hermana Leonor, quien estaba de directora aquí, pero que había conocido en Medellín en un centro de reclusión adonde llegué presa por riña.
La hermana Leonor me dio la mano (ojalá que esté viva), ella fue mi ángel guardián, porque a mí, cuando me llevaron presa, me robaron todas mis cosas, quedé en los puros cueros.  
Le doy gracias a nuestro Señor Jesucristo, ya que creía que nunca, pero nunca, iba a dejar las drogas. Figúrense ustedes que donde yo vivía, todo mundo consumía. Fumaba todos los días, y la gente de allí decía: «Dame un papelito», «Dame un fosforito», «Dame esto, dame lo otro». Ni yo misma me explico. Cogía cinco mil pesitos y ahí mismo era para bazuco.
Me puse como un palito, era un fideíto, no comía, y me pasaba cuatro y cinco días sin dormir; y había días enteros con sus noches «metiendo» vicio  en la caleta. Bendito sea mi Dios. Hasta que me pasó lo que me pasó; mejor dicho, más de lo que me había pasado.
Me tenían y me tienen mucha envidia por mi modo de ser, y por mi  lengua, ya que  era muy afortunada con los hombres; me han traído problemas, ¡eh, Avemaría!
Una tal Miriam, quien todavía está viva, tenía su marido  -hace poco se le murió, y yo se lo enterré-, lo llamaban el «Dengue».
Analicen ustedes, cómo sería de horrible ese tipo con ese remoquete del dengue, y la peluda que vive aquí en las Colmenas, le dijo a Gloria que yo me acostaba en las escaleras con su marido, y ahí fue cuando me apuñaleó por celos.
Me metió tres puñaladas en los brazos durante el desarrollo de una procesión de San Roque, un pleno Viernes Santo.
 Yo no hice bulla, me amarré un trapito y me fui para el hospital de Barranquilla. Quien me recibió allí me dijo que yo no tenía nada. Era un  hijueputa de esos que nunca faltan en los hospitales. Me ayudaron en la Cruz Roja.
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Después de este episodio, comencé a buscar a Dios. Además, la Gloria me dijo que si volvía me dañaría la cara, ya que ellas eran cuatro amigas contra mí sola; supuestamente, todas mujeres del «Dengue». En verdad, yo no sé, lo cierto era que pasaban muy pegaditas con él.
 Yo dije entonces: Señor, Señor, si tú existes haz justicia de mí, porque esto que me hicieron fue injusto. A los dos días un carro atropelló  al niño de Gloria, y lo mató. No fue mi culpa.
Su hermana en Cristo, Damaris Maria Cabarcas B. a quién Ana Isabel llama su Pastora. Damaris, lleva 10 años asisitiendola espiritualmente.

TERCERA PARTE
Una compañera me dijo: «Caleña, vámonos para una casa, no de citas, sino particular. Allí por lo menos nos ponen bonitas y gorditas». Esa propuesta me sonó, me llamó la atención, pues en verdad  yo sentía que había tocado  fondo. Estaba en el físico pavimento.
Salimos, caminamos y no dimos con la casa. ¡Oh, Dios! Léanme, escuchen bien lo que les digo, continuamos caminando y llegamos a Radio Minuto. Nosotras no conocíamos eso.
Yo me acosté en el suelo. De allí una señora que no sabía  quién era yo, me recogió, me levantó, y me dijo: Dios te bendiga.
Le respondí: «Ayúdeme, que no aguanto más». De allí me llevaron al Amparo Divinode Puerto Colombia, un refugio para descarriados por las drogas, de lo más lindo.  Gracias al hermano Carlos Reyes, a quien Dios tenga en su Gloria, porque él permitió que estuviera en santidad por  espacio de siete meses. 
Del Amparo Divino salí por rebelde y por lenguaraz. Me puse a criticar a dos líderes, y salí, otra vez, al mundo perverso de la calle.  Allá fui bendecida. Salí gordita y bonita, con buena ropa y con un poquitico más de temor de Dios. ¿Me están entendiendo? Pero el diablo seguía rondándome.
Llegué a la Quemada, en la Zona Cachacal, (ZC), muy cerca a la Residencias Las Villas. Estaba viviendo en la Quemada, hasta que hubo allí un problemón que cogieron a todo mundo preso.  A mí me soltaron. Yo estaba transformada. Dios, en el Amparo Divino, me había transformado hasta en el hablado. Cuando me soltaron me dijeron que me cuidara, porque me iban a matar. Por un oído me entró y por el otro me salió.
 Regresé a la prostitución, al bazuco; fallé, fallé, y trasnochaba mucho. De noche, de día era para la caleta, la caleta, la caleta, hasta que Dios tuvo misericordia de mí. Yendo a esas caletas cumplí quince años. ¡Eh, Avemaría.
Con Gloria, la que me hirió en la procesión, hice las paces, nos hicimos amigas, pero con el temor de Dios e ingresamos a la Iglesia Cristiana.  Esa Iglesia, a la que hoy asisto, está ubicada en la carrera 39 con la calle 32, conocida en el pasado como «La calle del crack, o  del crimen», hoy es «Calle de la Esperanza». Allí comencé de nuevo.
Con esta Iglesia Cristiana, Alfa y Omega, como se llama, y su pastor de entonces, Fanorio Pacheco, pocos como él, la autoridad distrital empezó a reconocernos a las trabajadoras sexuales. 

CUARTA PARTE
Llegó el Gobierno del médico cardiólogo Humberto Caiffa Rivas, que fue el primero que comenzó a darnos la mano. Piedad de los Milagros, que no era ninguna santa, pero sí la esposa del alcalde,  con su caridad a cuestas y viendo tanta necesidad entre nosotras, las prostitutas, inició una campaña de ayuda.
En la administración de Caiffa a estas pobres rameras, entre ellas yo, les dieron cédulas y Sisbén por primera vez.
Con el alcalde Guillermo Hoenisberg, la ayuda fue superior, con él sentimos que nuestra clase estaba gobernando.
Los alcaldes no aparecían por acá, pero sí sus esposas. La doctora Ingrid, a quien yo llamaba «bella entre las bellas, mi dama bella», era una mujer linda por fuera y transparente por dentro; hasta nos regalaba consultas médicas.
Sin darme cuenta, y sin proponérmelo, pero sí con mucho sentimiento, yo gestionaba cosas para mi comunidad desprotegida.
En el gobierno de Alex Charcito, como le llamo, conocí a quien yo le digo «mi dama caminante», Nohora Ramos del Toro, una gorda que camina más rápido que un flaco. Con esta caminante me he ido puliendo, nunca me ha dicho La Caleña, sino Ana Isabel, cosa que una mujer de la calle, como yo, entendí.
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Gestionando los juguetes para los niños de mi sector me arrolló  un carro coche, y casi me mata; me quebró  tibia y peroné. Esto fue en pleno diciembre. Me llevaron al hospital, me pusieron catorce clavos. Con ese montón  de clavos me creía dueña de una ferretería, ¡eh, avemaría!
Fui la primera que  estrenó el Hospital del Pueblito, ubicado en una zona marginal de la ciudad, y en donde a los pobres los atienden como ricos. A mí me atendieron como una reina.
 Ana Isabel, es una Lider Comunitaria muy dada a servir sin ningún interés. Tiene un llamado tremendo de Dios para su vida. Dios comenzó su obra y  él la terminará, si ella lo permite, dijo el Pastor de la Iglesia Cristiana, Alfa y Omega, Daniel Mier Mejía. En la gráfica con la hermana Cristiana Damaris Cabarcas.

Todavía consumía droga, pero más poquito. Mi Dios permitió que me pasara esto. Yo duré en silla de ruedas más de seis meses.  Estando en recuperación, se presentó «Papá Noel» en miniatura, al hospital para llevarme los juguetes para mis niños de la calle. Yo me asusté, porque el «Papá Noel» que yo conocía era canillón, grandulón, barbón y regordete, y el que entró con los juguetes era chiquito, flaquito y cabellón, con un yin   roto por todas partes. Era el alcalde Alex Charcito. 
Con Alex obtuve mi silla de ruedas, mis muletas y mi caminador. Volví a caminar, y Dios volvió a tener misericordia de mí, porque yo tenía azúcar en la sangre y casi pierdo el pie afectado en el accidente.
Regresé a la Iglesia Cristiana, y me dije: «¡Señor! Yo no puedo seguir en esta vida. Haz algo por mí, Señor! Le supliqué, me escuchó y me sigue escuchando. Les repito, les cuento o como quieran entenderlo, yo creí que nunca, nunca, iba a dejar las drogas. Ahí fue cuando dije: ¡Nunca más!
Aquí estoy dándole gracias a nuestro Señor Jesucristo, por todo lo que ha hecho por mí en esta nueva etapa de mi vida. Me falta mucho todavía, porque perfecta no soy. Soy peleona, grosera, gritona y mal hablada, pero ahí voy. Peleo por mi gente marginada, que son los recicladores, los tinteros, las trabajadoras sexuales y vendedores ambulantes; por ellos que siempre están olvidados, peleo yo. Son más olvidados que la antigua «carretera de los locos» de Juan Mina.
Para ir resumiéndoles esta película que ya está cansona, les digo que tengo un año y seis meses de no tomarme un trago, a lo bien hecho. Tengo siete años que no me acuesto con ningún hombre, no porque no me gusten, aún siento placer y me gustan; pero no, no quiero seguir ofendiendo a Dios. Si me voy a comer un plato de comida esperando acostarme con un hombre, mejor me muero de hambre. No lo hago.
De  no  fumarme un bazuco, ya cumplí un año y cuatro meses, ahora solo fumo cigarrillos corrientes, y eso de vez en cuando; a veces me equivoco y lo que me fumo es un tabaco de marihuana.
Yo caminé todos los caminos de la perdición, pero hoy soy otra, lucho por mi gente y soy vocera, pero vocera de Cristo. Yo, realmente, no sé qué quiera nuestro Señor Jesucristo conmigo, porque tengo muchos errores. Miren, se lo digo llorando, pero a donde voy, en la Iglesia Cristiana, nunca me han cerrado las puertas.
Todos los días me levanto a las cinco y media de la mañana a orar, porque antes yo no sabía orar y ahora le doy gracias a Dios por todo.  Gracias, Señor Jesucristo, Padre nuestro, Padre amado, Padre celestial, gracias por la vida que me has dado. Tú eres tan poderoso, rey de reyes, rey de señores, ten piedad y misericordia de mí, que así como has tenido compasión de mí, tenla con el resto de mis compañeras. Abre mis puertas, porque tú eres el único rey.  Y, por favor, voy para la calle. Échame a todos los angelitos  que están a tu alrededor. Sabes que soy bocona, pero ayúdame, Señor.
Mi rutina es la de todos los días cuando bajo a la calle de La Esperanza. Caleña, apuñalearon a zutano; pa’l hospital; se murió mengano, pa’enterrarlo; fulana va a parir, pa’l centro de salud o el puesto de atención social; que este muchacho está sin colegio, vaya y búsquele colegio. Caleña pa’aquí,  Caleña, pa’llá; Caleña, pa’cá, Caleña pa’ todo.
Yo no tengo una Acción Comunal, no tengo una secretaria, yo no tengo nada, solo la misericordia de Dios, mi amada Alcaldía y la lengua que Dios me ha dado. Soy pura lengua.
Para concluirles, mis amigos, la comunidad que represento son más de mil cabezas, a cuatro o cinco por uno, son más de cuatro mil. Allí hay de todo, hasta enfermos de sífilis, gente con VIH, con hambre permanente, desarrapados que el  mundo mira indiferente, pero yo, mis amigos y mi Dios, los miramos con ojos de misericordia.
Si no lo digo, Dios no me perdonaría, pero en esta etapa de gestora comunitaria hay gente de la administración distrital que me ha enseñado a comportarme decentemente.  Por ejemplo, «mi dama caminante», la directora del Sisbén, Nohora Ramos, piensa que mis antepasados fueron gentes de alta alcurnia, que soy algo digno de admirar, que estoy aferrada de la mano de Dios, y eso ha sido clave en mi vida. Ella me enseñó a respetar y esperar, ya que cuando yo llegaba a la Alcaldía iba gritando, despeinada, en piyama y sin bañarme, olía a mico. ¡Oh, Dios!, no sabía lo que hacía, estaba loca. Hoy las cosas son diferentes.
Antes no me soportaban, pero ahora la misma doctora Elda Marino, la directora de la Oficina de la Mujer, dice que  han aprendido a quererme, y yo me siento orgullosa de eso.
También le dice a la gente que me temían en la Alcaldía, casi en todas las dependencias, pero que gracias a los pactos que hicimos me cambiaron la calificación, y ahora me tratan  de mujer valiosa y muy respetable.
Ya no soy bruta, como antes, ahora soy inteligente y hasta la alcaldesa, la doctora Elsa, dice que me admiran mucho, y que yo soy el vehículo que ellos tienen para llegar a esta gente marginada que no ha sido rehabilitada. ¡Bendito sea mi Dios!
Con estas «flores» que me están echando desde la Administración me siento más jopona que la gigantona, esa que sale en el carnaval.
A estas alturas hago un paréntesis para contarles que también tuve mi amor platónico, y hasta un cabrón al que dejaba encerrado bajo llaves, para que no me la hiciera con otra. ¡Celos de mujer! La perdición de nosotras, las mujeres, son los celos.
Mi amor platónico, era un marinero holandés, yo me iba de polizón para Holanda, ya hasta me había escondido en el buque. Ja, ja, ja… Me da risa cuando me acuerdo de eso. ¡Bendito sea Dios!
Con el bamboleo del barco, me dio mareo y me vine en vómito, me pillaron. Eso fue estando la nave en alta mar, pero no muy lejos de tierra firme. El capitán ordenó detener la embarcación, y dijo: «Cójanla y tírenla al mar para que los tiburones hagan fiesta con ella». Yo me asusté, creí que era verdad. El sinvergüenza se echó a reír, entonces vinieron dos marinos y descolgaron de la proa una lancha rápida y me trajeron a la orilla. Uno de ellos  era mi novio, el holandés. Fue un triste adiós. Yo lloraba a moco tendido, había perdido el otro amor de mi vida. Ese barco y ese amor habían naufragado en tierra firme, solo atiné a decir: «Señor, llévalo con bien por los mares del mundo a donde vaya».
Mis estudios fueron solo la primaria, y el segundo año lo repetí tres veces; a la cuarta vez yo misma me saqué de la escuela. Figúrese esa perlita de muchacha que era yo.
A duras penas yo escribo feo, pero escribo; como dicen, garrapateando, y también leo muy lentamente, despacio, pero leo. Pero, eso sí, con la lengua creo que nadie me gana.
Hablando entre mujeres, yo les comentaba a unas amigas que fueron varias las veces que me hicieron «conejo» después de tener una relación íntima. Sí, como se lo digo, «conejo» y «conejitos» me hicieron. Como estaba drogada, y me quedaba dormida, ¡eh Avemaría!, cuando venía a despertar ya se me habían llevado los zapatos, los brasieres y hasta las pantaletas. Llegué a fumarme treinta «baretas» diarias.
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La Alcaldesa de Barranquilla, Elsa Noguera y Ana Isabel, saludan al público durante una entrega de Kits Escolares en la Zona C.

Ustedes se preguntarán qué será lo que le falta por contar a esta descarriada. Sí, es verdad, es posible que entre las telarañas de la memoria se hayan quedado enredadas algunas cosas, pero no puedo dejar de decirles que hice las paces con Gloria. Gloria, ¿se acuerdan?, era la mujer del «Dengue», aquella que por celos me hirió en una procesión de San Roque. Ahora somos hermanas en Cristo. Ella me acompaña cuando la necesito. Tengo a una mujer muy linda, yo la llamo «mi pastora», es mi guía espiritual, la hermana Damaris. Cuando tengo un problema vengo aquí a su negocio, la Peluquería Real.

La hermana Damaris  me alimenta con la palabra, esa misma palabra que Dios puso en sus labios para nutrir a sus semejantes.  Ella lleva diez años orientándome, y ha tenido la paciencia para soportarme mis impertinencias, y ora por mí. Yo la quiero mucho.

El pastor de la Iglesia Cristiana, Alfa y Omega, Daniel Mier Mejía me dice que soy una mujer con muchas virtudes, dedicada a servir sin ningún interés, y que soy una mujer muy pujante en el servicio a los demás. También, que tengo un llamado tremendo de Dios para mi vida, pero que espiritualmente me falta, no estoy preparada. Dios comenzó la obra y Él la terminará.

Yo no puedo tapar el cielo con las manos, sigo ofendiendo a Dios. Apenas fumo cigarrillos, pero de marihuana, siento que me quitan los dolores del cuerpo, no los del espíritu.

No me lo han preguntado, pero en el tiempo que llevo de líder de mi gente, los menesterosos, he enterrado, malo, malo, en los últimos ocho años, a unas setenta personas; si se pueden llamar personas, porque, en verdad, son desechos humanos.  Ellos han aprendido a respetarme, y yo le doy gracias a Dios todos los días porque es una bendición para mí trabajar por esta gente menesterosa. Yo fui una de ellos.

Hoy, resucitada como Lázaro, por nuestro Señor Jesucristo. Amén

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