Susan Atkins ESTADOS UNIDOS
Esta mujer que ahora tiene más de 60 años, perteneció a lo que se le conoce como “La Familia Manson”
Charlie es Jesucristo. Yo maté a Sharon Tate”, le dijo Susan Atkins a su compañera de celda, Ronnie Howard. Susan había conocido a Charles Manson en una comunidad hippy. Su carisma y sus extravagantes ideas acerca de la redención y el fin del mundo debieron de parecerle irresistibles a esta californiana nacida en 1948, hija de padres alcohólicos y violentos, porque cayó rendida a sus pies y se manifestó dispuesta a formar parte de su extraña “familia”. Hasta entonces, la vida de Susan no había sido un camino de rosas. Más bien al contrario.
Se la ganaba bailando desnuda en clubes nocturnos. Manson apareció en el momento justo, como una revelación. Hablaba de sexo libre, drogas y rock & roll. Había cogido ideas de aquí y allá, sobre todo de la Biblia y de las filosofías orientales, y había tejido una doctrina de salvación.
Según ésta, “la familia” era la vanguardia de los 144.000 elegidos. El apocalipsis había llegado y el Juicio Final estaba a punto de comenzar. La población negra se disponía a aniquilar a la blanca. En el transcurso de esta guerra, él guiaría a sus elegidos hasta Agartha, el reino subterráneo en el que esperarían el momento para regresar como señores del mundo.
Con estos pájaros en la cabeza, Susan se marchó a vivir a una granja abandonada en el desértico Valle de la Muerte, en California. Aquel 9 de agosto de 1969, año del mítico festival de Woodstock, ella y otros tres “familiares” más recibieron órdenes precisas del profeta Manson. Debían ir a un domicilio de Beverly Hills, en el número 10.050 de Cielo Drive, con cuchillos y un revólver, y matar a sus habitantes.
Dicho y hecho. Nadie salió vivo de allí. Ni siquiera la actriz Sharon Tate, esposa del director Roman Polanski y embarazada de ocho meses. Pasaron por alto este detalle. O mejor dicho, lo aprovecharon para liberar su rabia. Cogieron el cuchillo, le asestaron hasta 17 puñaladas, que entre otras atrocidades le seccionaron los pechos, y dejaron que muriera desangrada. Cuanto más lloraba y suplicaba Sharon, más adrelina corría por las venas de los asesinos. Pero la barbarie no terminó: la mujer apareció colgada de una soga.
Susan Atkins declararía más tarde: “Yo maté a la perra mientras me suplicaba por su vida y la de su bebé. La maté porque estaba harta de oír cómo gritaba”. En la pared se podía leer la palabra “cerdos” escrita con la sangre de la víctima. Al lado, el título de una canción de Los Beatles, “Helter skelter”, que Manson había reinterpretado a su antojo. “Helter skelter” no era más que un tobogán en espiral típico de los parques británicos.
Pero en la cabeza de Manson, se convirtió en el holocausto que se avecinaba. Todos corrieron la misma suerte en la mansión de la colina de Bel Air: Jay Sebring, el peluquero de las estrellas, de 34 años, recibió un balazo y siete puñaladas; la millonaria Abigail Folger, de 25 años, murió a causa de 28 cuchilladas; en el cuerpo de su novio, Voytek Frykowski, de 32 años, se contabilizaron 51 puñaladas y dos disparos; y Steven Parent, un amigo del jardinero, fue asesinado por cuatro balazos.
La masacre fue la noticia de aquel verano. Se dijo que alguna secta satánica se había vengado de Polanski, que estaba de viaje por Europa, por el éxito de “La semilla del diablo”. Pero detrás se escondía un motivo mucho más prosaico. Al parecer, Manson, que tenía ínfulas artísticas, soñaba con un contrato que Terry Melcher, hijo de la actriz Doris Day y dueño de la mansión, le había negado.
Para Susan no había sido la primera vez. Junto a otro miembro del clan, Robert Beausoleil, había acuchillado al productor musical Gary Hinman el 31 de julio del mismo año. Tampoco iba a ser su último crimen. Un día después de la matanza de Cielo Drive, mataron a una pareja de comerciantes, Leno y Rosemary La Bianca. Volvieron a escribir en la pared “muerte a los cerdos” y el título de la canción de McCartney. Susan fue detenida por el asesinato de Gary Hinman. Su papel en la masacre había pasado desapercibida. Tal vez por eso se mostró tan confiada. Y un día, le contó toda la verdad a su compañera de celda, que la vendió a la policía a cambio de un trato de favor.
En diciembre de 1969 se dio el caso por cerrado. Se desarticuló “la familia”, de la que formaban parte 19 personas de clase media, cinco de ellas dispuestas a matar. Se alimentaban de los desechos de los supermercados, tenían armas y drogas, eran aficionados a las orgías y creían que el fin del mundo estaba a la vuelta de la esquina. Cayó también el cerebro de la banda, el endiablado Charles Manson, que, curiosamente, no había manchado sus manos de sangre. Sin embargo, el testimonio de Susan Atkins, que se avino a colaborar con la policía, bastó para implicarle. El juicio fue un fenómeno mediático. Se condenó a muerte a Manson, Atkins y otros integrantes del grupo. Pero no fueron ejecutados porque en 1972 se abolió la pena capital en California. La sentencia fue conmutada por cadena perpetua. Cuatro años más tarde, otra miembro de “la familia”, Lynette Fromme, intentó asesinar al presidente Gerald R. Ford. Seguía creyendo en el fin del mundo y la salvación necesaria.
En aquel momento no se descubrió por qué habían cometido semejante atrocidad. Sólo se sabía que Manson había estado en aquella casa, al menos, en dos ocasiones. Y, durante un tiempo, la sombra del diablo siguió planeando sobre el caso. Se supo que Polanski había contactado con Anton Szandor LaVey, fundador de la Iglesia de Satán, para el rodaje de su película, y que había revelado algunos secretos suyos.
Pero la verdad estaba aún por llegar. La actriz Melody Patterson, que había pertenecido a “la familia” durante un tiempo, reveló que el nudo de la madeja era, en realidad, el peluquero Jay Sebring: “Yo sabía que era un pervertido sexual. En el subsuelo de su casa, en Beverly Hills, había una sala con todos los refinamientos de un sádico. En Hollywood, muchas chicas estaban al corriente de sus gustos”.
A Patterson no le costó relacionar el asesinato de Tate y compañía con el del matrimonio La Bianca: eran los padrinos de Jay. Un amigo le dio más pistas: tres días antes de su muerte, Jay se había cruzado con dos chicas drogadas a las que se había llevado a casa. En su refugio, las había sometido a todo tipo de vejaciones sexuales. Eran Patricia Kerwinkel y Leslie Van Houten, dos miembros del clan Manson. Lo demás es historia.
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