Corría el mes de julio de el año de 1971 del siglo pasado, en Pirineos
número 15, colonia Portales, un barrio de clase media baja nace una de
las historias mas retorcidas de la ciudad de México.
Trinidad
Ruíz Mares vivía una situación de violencia psicológica de parte de su
marido, el era el clásico hombre mantenido y que para colmo mantenía
sobajada a su pareja, la cual hacia tamales para mantener a flote la
raquítica economía familiar, el marido de nombre Pablo Días aparte de
traerla en contra de la esposa, golpeaba también a los hijos, hecho que
muchos suponen fue lo que poco a poco colmo la frágil paciencia de
trinidad.
Porque en México si algo tienen las mujeres es que
pueden aguantar hasta lo impensable pero si les tocaban a los hijos se
despierta un instinto asesino dormido en toda mujer.
ese día
había comenzado especialmente mal, Pablo le había tomado un dinero que
trinidad había estado guardando para pagar las cuentas del mes, esta al
reclamarle tal dinero recibió como respuesta el acostumbrado maltrato y
no contento comenzó a golpear a su hijo mayor, incapaz de defenderlo,
guardo su rencor y espero a que el alcohol en el que se había gastado el
dinero hiciera su somnoliento efecto.
cuando estuvo segura de
que dormía profundamente, tomo un bate y con todo el odio guardado
asesto un golpe tras otro hasta que el falleció.
Aunque las
pruebas apuntaban a que su hijo y su yerno lo descuartizaron ella se
mantuvo estoica ante su declaración y se hizo responsable por el crimen.
Contó en su declaración que había desprendido las piernas y los
brazos con la misma sierra que usaba para cortar la carne de los
tamales, hasta terminar cortando la cabeza.
Ella tomo el torso y
las extremidades las metió en la olla para tamales y los puso a
cocinar, para poder hacer los tamales que vendería esa misma mañana, lo
demás lo conservo por una noche, llevando el resto del cuerpo en el
carro que usaba para vender tamales para tirarlo en un terreno cerca de
su casa. Pero ese no fue el destino de la cabeza de su marido, la cual
se mantuvo en una olla debajo de la cama de la asesina, hasta ser
encontrada por los agentes investigadores.
Y es donde comienza
el mito ya que a pesar de las alertas que emitió salubridad, nadie se
presento a declarar o reclamar por los tamales ingeridos, tal vez por un
pudor de ser señalados en la calle como clientes de la tamalera
asesina.
Se dice que pidieron darle entre 20 y 40 años por el
crimen cometido, pero el defensor pidió la absolución de esta por el
alto grado de maltrato y estrés al que era sometida por su marido.
De
el final muy poco se sabe dándole a la historia ese toque de leyenda
urbana, que al paso del tiempo ha tomado diversos matices y cada que es
contada se le agregan detalles distorsionándola de su contexto original.
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