Los jubilados que se van de Venezuela
Kirk Semple / The New York Times News Service10 Ene 2018 - 10:56 PM

SE VAN LOS VIEJOS
María Abad Cruz, de 90 años, está a punto de migrar por cuarta vez en su vida. Puede que esta sea la más difícil. En unos meses, si todo sale según el plan de sus hijos, se habrá mudado a España, país en el que nació, para dejar atrás Venezuela, lugar en el que ha vivido la mayor parte de su vida y que ama como a ningún otro., iluso cuando ese amor no ha sido muy correspondido en los últimos años.
En Venezuela conoció a su esposo, crió a sus tres hijos y sufrió un pesar tan profundo que huyó temporalmente a España, aunque regresó después porque en ningún otro lugar se ha sentido como en casa tanto como lo ha hecho en tierra venezolana..
Ante la profundización de las crisis económicas y políticas, la vida se ha vuelto demasiado difícil para Abad Cruz y ahora, aunque aún se resiste, comienza a caer en cuenta de que lo mejor es irse. “Venezuela, para mí, es lo más grande que hay”, dijo Abad Cruz. “Pero en este momento es imposible”.
Durante las últimas dos décadas cientos de miles de venezolanos —algunos estiman que la cifra alcanza los dos millones— han emigrado; la tendencia se ha acelerado en los últimos años durante la gestión de Nicolás Maduro, quien ha sido calificado por varios como autocrático.
La mayoría de los emigrados son jóvenes venezolanos en la cima de su vida laboral. Sin embargo, también hay un número de venezolanos de edad avanzada que han salido por las mismas razones, como la escasez de alimentos y medicinas, y las tasas en aumento de pobreza y crimen.
Muchos han terminado por seguir los pasos de sus hijos, nietos, sobrinos y bisnietos, que les han urgido a dejar el país. Sin embargo, la decisión de irse tiene ansiedades e incertidumbres únicas para las personas de mayor edad: no saben si tendrán acceso a servicios médicos en los países de destino y dudan sobre la pérdida de redes de amistades y de comodidades acumuladas durante su vida, así como si empezar de nuevo en un lugar justo cuando esperaban ya estar disfrutando la jubilación.
Ligia Reyes Castro, de 71 años, y su esposo Mario Reyes Trujillo, de 76 años, comenzaron a pensar en mudarse hace dos años.
Reyes Trujillo, quien ha pasado su vida a cargo de pequeños negocios, sufre de glaucoma. Con la creciente escasez de medicina, se ha convertido en un sufrimiento casi diario para él visitar hasta siete farmacias en una búsqueda usualmente inútil de las gotas que necesita para los ojos.
A Reyes Castro, una empleada jubilada del Ministerio de Educación de Venezuela, su doctor le dijo que la lesión cancerosa en su frente era probablemente el resultado de todas las horas que había tenido que estar formada en las filas bajo el sol esperando para comprar comida o retirar dinero del banco.
A medida que la inflación se ha disparado, el valor de la pensión de la pareja ha disminuido. El último frasco de tres mililitros de gotas que Reyes Trujillo compró le costó más de la mitad de su pensión mensual.
“Queremos vivir en tranquilidad”, dijo Reyes Castro en su casa de cuatro habitaciones en las colinas de Los Teques, un área suburbana al sur de la capital donde han vivido desde que se casaron hace cincuenta años. “Es una angustia demasiado fuerte para nosotros”.
Con el estímulo de un hijo que recientemente migró a Chile y de una sobrina que vive en Ecuador, ellos planean salir de Venezuela a principios de 2018 con destino a Quito. Tienen suficientes ahorros como para pagar por su vuelo y planean vender una de las dos casas de su propiedad para abrir un pequeño negocio en el lugar donde se establezcan. Reyes tiene la idea de abrir un restaurante o un negocio de fotocopiado.

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