Estas cuatro hermanas mexicanas protagonizaron uno de los más grandes casos de proxenetismo femenino. Sobre todo dos de ellas, Delfina y María de Jesús, fueron responsables de la muerte y tortura de más de 80 mujeres jóvenes…
Nacidas en la ciudad mexicana de Jalisco
a inicios del siglo XX (Delfina nació en 1912, de las otras no se sabe
la fecha), las hermanas Carmen, Delfina, María de Jesús y Luisa González
Valenzuela, habrían de crecer en una familia disfuncional y convertirse
en una de las más representativas expresiones de criminalidad femenina
en el ámbito latinoamericano.
Bernardina Valenzuela, madre de las
hermanas, era una mujer muy religiosa, que rezaba el rosario cada día e
infundía en sus hijas un catolicismo devoto y recalcitrante. Entretanto
Isidro, padre de las muchachas, era un hombre imbuido en la
idiosincrasia machista propia de la cultura latina, que ejercía su poder
paterno de forma abusiva y violenta, con ese aire despótico tan
frecuente en alcohólicos como él.
Para traer el pan a la mesa, Isidro
González trabajaba como “juez de acordada”, encargándose de vigilar
durante la noche, recorriendo sobre su caballo las rústicas y
polvorientas calles, cosa que, en un tiempo y lugar insuficientemente
cuidado por los representantes de la ley, le hacía sentirse como una
especie de “amo y señor del orden”, algo así como los sheriff del viejo
oeste norteamericano.
La fuga de Carmen
Cansada del autoritarismo y los
maltratos cotidianos de Isidro, Carmen, la mayor de las hijas, se fugó
cierto día con Luis Caso, un hombre bastante mayor que ella.
A diferencia de otros padres, el
orgulloso Isidro montó su caballo y fue a buscar a la hija rebelde,
hasta que finalmente la encontró y entonces, tras sermonearla, gritarle e
injuriarla, la agarró de los pelos y la condujo hasta una pequeña y
miserable celda, donde la encerró como castigo a su comportamiento
“indecente”
Horas después de encerrar a Carmen, a
Isidro le llegó una orden municipal en virtud de la cual, junto a dos de
sus agentes, partió en búsqueda de Felix Ornelas, un ranchero revoltoso
y extorsionador que no mostraba reparo alguno en ocultar su desdén por
la ley. Ahora, y cuando Isidro intentó detenerlo, las cosas se
complicaron y no resistió la tentación de dispararle a Felix, matándolo
instantáneamente, por lo cual tuvo que escapar de la escena y se pasó un
año entero ocultándose en diversos ranchos de Jalisco, olvidando antes
de huir que Carmen seguía encerrada. Por ello, solo catorce meses
después de ser encerrada, Carmen salió libre gracias a la ayuda de un
abarrotero obeso que accedió a tal cosa a cambio de que ella le
prometiera matrimonio…
Los atroces negocios de las hermanas
De manera similar a Carmen, Delfina,
otra de las hijas de Isidro, tenía una relación escondida con un hombre
mayor que ella. Al enterarse, Isidro casi la mata con un brutal golpe en
la nuca…
Ya en medio de los años treinta, Defina,
Carmen y María de Jesús, entraron a trabajar como obreras en una
fábrica textil, aunque poco después Carmen entró en una relación con
Jesús Vargas, un “vividor” de poca conciencia al que todos conocían como
“El Gato”, y con el cual ella, en 1938, se instaló a vivir en una
cantina…
Afortunadamente, la cantina de El Gato
empezó a marchar bien, pero éste era tan irresponsable que despilfarró
las ganancias e hizo quebrar el negocio; aunque Carmen, que sí era
planificadora, guardó algo para sí y lo empleó para abrir un pequeño
negocio de vinos y otros licores, el cual inspiró a su hermana Delfina
para que instalará un prostíbulo en que metió a jovencitas que se
conseguía bajo el engaño de que las haría trabajar como empleadas
domésticas…
Fue en El Salto, dentro de Jalisco,
donde Delfina puso su primera cantina junto al prostíbulo referido, al
cual acudían soldados, policías, y hasta autoridades municipales, cosa
que no era sorprendente pues los controles sobre este tipo de
establecimiento eran realmente escasos. Así, para contribuir al negocio,
las pupilas (chicas que se hospedaban en el prostíbulo y trabajaban
allí) de Delfina salían de noche a las calles en busca de clientes a los
que intentaban convencer para visitar el burdel, pero en 1948 se
suscitó un incidente que marcó la clausura del establecimiento, a raíz
de lo cual Delfina fue con sus mujeres a la feria de San Juan de Lagos,
donde consiguió ayuda del alcalde para alquilar dos locales en los que
reabriría su cantina y su prostíbulo.
El nuevo centro de servicios carnales se
llamaba “El Guadalajara de Noche”, y en él participaron las hermanas de
Delfina: María Luisa, a cargo de la caja registradora, y Carmen, a
cargo de la cocina, aunque ésta última comenzó también, por iniciativa
propia, a vender prendas de vestir y otros objetos a las prostitutas,
que en realidad no compraban por voluntad propia sino que estaban
prácticamente en condición de rehenes y se les obligaba a adquirir tales
artículos, endeudándose muchas veces…
Posteriormente, finalizada la feria de
San Juan, Delfina desmanteló el prostíbulo y, con un gran capital
reunido en 15 días de proxenetismo, viajó con sus prostitutas y sus dos
hermanas a San Francisco del Rincón, en Guanajuato, donde, con la ayuda
del presidente municipal de San Francisco, Adelaido Gómez, rentó una
casona con varias camas y tocadores, y una silla en cada habitación. El
nombre, por cuestiones de publicidad, volvería a ser “El Guadalajara de
Noche”.
Eran tiempos fructíferos para el
prostíbulo aquellos en los que María de Jesús, hermana de Delfina,
conoció en León (Guanajuato) a Guadalupe Reynoso, quien llevaba un
lujoso vestido con generoso escote, cosa que había conseguido gracias a
un burdel edificado en una propiedad alquilada a un homosexual conocido
como “El Poquianchis”.
Tras el encuentro, María de Jesús
regresó al Salto y, junto a Enedina Bedoya y María de los Ángeles, ambas
pupilas (prostitutas hospedadas en el negocio) de su hermana Delfina,
instaló después su propio prostíbulo en León, aunque al inicio no tenía
luz ni permiso de apertura, pero consiguió los permisos acostándose con
Fernando Liceaga (secretario del presidente municipal) y el Dr.
Castellanos… Sin embargo el sexo no costeaba todos los sobornos, y tuvo
que dar dinero cuando el negocio era amenazado con cierre a causa de
disturbios o presencia de chicas menores de edad…
Pagando puntualmente a las autoridades,
el negocio era protegido por la Policía y la autoridad municipal. Su
nombre, en cierto modo irónico, fue “La Casa Blanca”, y en su día de
apertura tuvo el honor de recibir al sacerdote y al sacristán de la
parroquia de León.
Entretanto, trabajando como cajera en el
prostíbulo de su hermana Delfina, María Luisa (la menor de las cuatro
González Valenzuela) juntó 39000 pesos y se apartó para siempre del
negocio de la prostitución.
Por su parte Delfina, codiciosa en
extremo, llegó a secuestrar y convertir en esclavas sexuales (las
prostitutas del negocio) o meseras y “empleadas” a decenas de
jovencitas que Juana Guadalupe Moreno y María, alias “La Cucha”, le
conseguían a base de engaños, con los cuales traían a chicas de
Guadalajara haciéndoles creer que trabajarían de empleadas domésticas
con buenos sueldos.
Como era de esperarse, muchas de las
jóvenes esclavizadas se terminaban embarazando: unas abortaban a
escondidas, otras daban a luz y entonces el bebé era asesinado y
enterrado como basura, y otras morían en el parto y eran enterradas con
la misma falta de dignidad que los indeseados bebés.
Esto de los bebés muertos dio origen a
la creencia de que los fetos eran sacrificados, calcinados y, una vez
convertidos en ceniza, introducidos en botellas de refresco que se
acumulaban en el patio trasero; sin embargo, con los testimonios y las
evidencias que aparecieron después de la captura de las hermanas, la
susodicha creencia fue descartada como mito popular.
Llegado el año 1949, falleció Carmen, la
mayor de las hermanas y la encargada de administrar con libretas las
deudas de las esclavas sexuales. Tras la muerte de Carmen, Delfina
encontró las libretas pero, como no sabía leer ni entendía los números,
les perdonó las deudas a las esclavas a cambio de oraciones por su
difunta hermana…
En ese mismo año, María de Jesús conoció
a un médico y ocultista de apellido Escalante, quien curiosamente
resultó ser “El Poquianchis”, mismo a quien Guadalupe Reinoso (conocida
como “Laura Larraga”) arrendaba la propiedad que usaba como prostíbulo.
Sin embargo, esta vez ella compró la
casa de Escalante por 25000 pesos, la puso a nombre de su hermana
Delfina, le hizo arreglos, y la rebautizó como “La Barca de Oro”, aunque
todo el mundo siguió llamándole “El Poquianchis” al sitio e, inclusive,
María de Jesus, Delfina y María Luisa, serían públicamente conocidas
como “Las Poquianchis” tras la popularización del caso.
Ahora, y pese a lo turbio del negocio,
María de Jesús se mantenía incoherentemente aferrada a la religiosidad
que su madre le había inculcado en la niñez. De ese modo, la
prostitución en sí no era pecado, excepto cuando en ella se daban actos
“prohibidos por Dios”, por lo que no permitía el sexo anal, los besos,
las orgías y los contactos lésbicos, tan usuales en prostitutas que
desean estimular al cliente.
Sin embargo, la llegada al
establecimiento de dos voluptuosas, atractivas y expertas rameras
norteamericanas, suscitó una situación que María de Jesús, en su absurdo
moralismo, calificó escandalizada como “el gran pecado” y el inicio de
su “mala suerte”; ya que los clientes, que solían solicitar a “las
gringas” más que a otras prostitutas, pidieron a éstas actos lésbicos en
cierta ocasión, de lo cual se enteró María de Jesús, castigándolas con
la expulsión por haber accedido a tan “indecente” propuesta.
Cabe destacar que María de Jesús no era
la única que mantenía esa absurda moralidad: sus hermanas también lo
hacían, y junto a ella aplicaban severos métodos de control. Solían
espiar a través de rendijas u hoyos en las paredes, y cuando encontraban
“pecado”, aplicaban terribles torturas y humillaciones, y como casi
todos los días descubrían “actos inmorales”, casi todos los días corría
sangre, puesto que los castigos eran cosas como golpes con palos llenos
de clavos, quemaduras con hierros calientes, o pinchazos mientras la
víctima sostenía tres ladrillos (uno con cabeza, dos con las manos)…
También había restricción de alimentos, violaciones, palazos, latigazos,
sexo con animales (aunque esto resulta extraño porque las hermanas lo
veían mal, pero no sorprende que como castigo le hayan otorgado otro
carácter moral…), e incluso muchas eran asesinadas cuando ya no tenían
atractivo físico o la enfermedad las volvía una carga… En este contexto
de castigo, tortura y muerte, José Valenciano Tadeo y José López Alfaro
eran grandes ayudantes, siempre dispuestos a darle su merecido a aquella
muchacha que osara intentar escapar.
Un cambio de suerte
El año 1963 apareció como el inicio de
una oleada de infaustos acontecimientos, ya que en dicha fecha las
autoridades de León prohibieron los negocios de sexo y, como para aquel
entonces los aliados de Las Poquianchis ya no estaban en posiciones de
poder, María de Jesús y Delfina tuvieron que cerrar el negocio abierto
por la primera, volviendo a Lagos de Moreno en Jalisco, donde aún
quedaba el viejo “Guadalajara de Noche”.
Sin embargo la desgracia también cayó
sobre Delfina, pues su hijo y ayudante en el ejercicio de los sobornos y
el control (ejercido con golpes, violaciones, vigilancia constante) de
los clientes y de las esclavas-prostitutas, Ramón Torres alias“El
Tepocate”, cayó muerto un día en que, tras descubrirse su lugar de
contrabando de automóviles, la Policía se presentó y éste, hecho el
valiente, sacó el fusil para matar, pero los agentes lo abatieron frente
a su propia madre, quien después contrató militares corruptos para
matar a los policías que mataron a su hijo. No obstante, otra versión
dice que Ramón Torres murió en un tiroteo con un sargento policía en una
cantina cercana al prostíbulo de su madre, que posteriormente ésta se
enteró, y enfurecida fue con un fusil a esparcir plomo (balas) en el
lugar, sin matar a nadie y creyendo en vano que el asesino de su hijo
aún seguía allí. Sea cual haya sido el caso, la muerte de Ramón Torres
hizo que las Poquianchis guardaran luto, y de hecho, su madre lo guardó
hasta el día en que fue apresada…
Por otro lado, apenas pasado un día del
asesinato y sin que Delfina alcanzara a esconderse como le había
sugerido María de Jesús, agentes de la ley clausuraron el Guadalajara de
Noche creyendo que Ramón Torres había muerto allí. Según se cuenta, la
clausura fue efectuada de tal manera que más de 20 mujeres quedaron
atrapadas sin agua y sin luz, aunque María de Jesús planificó un escape
con vistas a un posterior alojamiento en una casa que su hermana Delfina
conservaba en San Francisco del Rincón.
Ya en San Francisco del Rincón, las
esclavas de Las Poquianchis, forzadas en gran parte a obedecer por el
temor a los secuaces masculinos de sus amas, permanecieron seis meses en
deplorables condiciones, comiendo apenas como para sobrevivir.
Entre los terribles episodios suscitados
en San Francisco, se cuenta que, al cuarto día, una de las trabajadoras
sexuales, llamada Adela Mancillas, contó a María de Jesús que su
hermana mantenía relaciones sexuales con un perro salchicha… Y el
susodicho contacto terminó enfermando a la mujer y haciéndole tener
diarrea, llegando a estar moribunda solo para ser asesinada a palazos
por su propia hermana, Adela Mancillas…
Volviendo al punto de la escaza
alimentación de las prostitutas, esto ocasionó que muchas se volvieran
cadavéricas y poco atractivas para los clientes, por lo que fueron
ejecutadas, en tanto que otras murieron naturalmente tras contraer
enfermedades a causa de la debilidad inmunológica ocasionada por la
desnutrición…
En este nefasto escenario de torturas y
humillaciones, la figura más temida por las muchachas era Hermenegildo
Zúñiga Maldonado alias “Capitán Águila Negra”, quien había sido capitán
del Ejército, cliente asiduo del negocio, y era en aquellos días el
amante de Delfina y el gran verdugo y torturador. Él llevaba a las
muchachas inútiles o rebeldes al rancho San Ángel, donde las dejaba
morir de hambre y después incineraba sus cadáveres tras rociarles
gasolina
El fin de las hermanas
El 6 de enero de 1964, las Poquianchis
se sentían cercadas por la persecución policial y llevaron a sus
esclavas al rancho San Ángel, donde apenas habían tres cuartos. Si
alguna intentaba escapar, la muerte le sobrevendría de inmediato: esa
fue la amenaza, pero el 12 de enero de ese mismo año, Catalina Ortega
escapó, llegó hasta la procuraduría de León, y denuncio el cúmulo de
atrocidades que cometían las hermanas González Valenzuela.
Tras recibir la denuncia, se envió un
contingente encabezado por el comandante Miguel Ángel Mota, antiguo
cliente del Guadalajara de Noche… Al llegar, detuvieron a Delfina y
María de Jesús y las enviaron a la procuraduría, donde fueron
interrogadas, mientras los agentes inspeccionaban la granja y
encontraban los cadáveres de noventa mujeres, junto a muchos fetos
calcinados…
Posteriormente y tras sufrir el escarnio
popular y ser víctimas de un intento fallido de linchamiento, las
hermanas fueron trasladadas a la cárcel de Irapuato (en Guanajuato),
donde estuvieron mientras se efectúo un proceso judicial inundado por
las acusaciones de las esclavas sexuales que tuvieron trabajando como
prostitutas.
En cuanto a María Luisa, la menor de las
hermanas, creyó que estaba a salvo porque un juez la había declarado
inocente de los cargos que se imputaban a sus dos hermanas; aunque,
cuando ésta acudió a Irapuato a brindar su apoyo moral en el juicio, se
la acusó de ritos satánicos y brujería con cadáveres y finalmente
también se la terminó condenando.
A lo largo del proceso judicial, la
Prensa y la agitada opinión pública, en un escenario donde se esgrimían
acusaciones de violación, extorsión, soborno, tortura, violación y
asesinato, dieron lugar a mitos que aún se mantienen en torno a las
Poquianchis, tales como los supuestos ritos satánicos que hacían y las
relaciones zoofílicas impuestas como castigos, que ya se mencionaron
antes pero en realidad nunca se probaron. En todo caso, finalmente el
veredicto, muy injusto para María Luisa, fue de 40 años de prisión para
las tres hermanas…
Con el paso del tiempo, la fama de las
hermanas habría de aumentar exponencialmente, debido a sucesos como: la
publicación, en 1976, de una película basada en el caso, dirigida por el
cineasta Felipe Cazals; la aparición, en 1977, de la serie de libros
“Las muertas”, del escritor Jorge Ibargüengoitia; o, ya en 1992, la
publicación de “Las Poquianchis ¡Por Dios que así fue!”, una obra de
periodismo investigativo hecha por Elisa Robledo y el abogado Samuel
Cruz, posibilitada en gran parte por las extensas conversaciones que
Elisa Robledo tuvo con María de Jesús González Valenzuela.
De todo lo mencionado en el párrafo
anterior, fue de particular importancia el libro de “Las Poquianchis
¡Por Dios que así fue!”; ya que, gracias a éste, se expusieron
irregularidades del proceso judicial, gracias a lo cual salieron libres
muchos implicados que, o no merecían condena alguna, o no merecían
condenas tan largas como las obtenidas. Uno de esos casos, salpicado por
el irónico humor negro que a veces tiñe la realidad, fue el del
“Capitán Águila Negra”, quien tenía 76 años cuando, tras recibir la
noticia de que sería liberado, se emocionó tanto que falleció de un paro
cardíaco…
Finalmente y en lo que respecta a las
muertes de Las Poquianchis, estas fueron así: Delfina murió el 17 de
octubre de 1978, cuando unos albañiles arreglaban goteras en el techo de
su celda y entonces, por una distracción suscitada a causa de los
gritos que ésta emitía a modo de quejas, un recipiente lleno de cemento
cayó en su cabeza, destrozándosela al instante; María de Jesús, que se
cobijó en la religiosidad tras su encierro, se pasó vendiendo comida en
el penal hasta que obtuvo la libertad y se casó con un tal Antonio
Hernández de 64 años, con quien vivió hasta morir de vieja a mediados de
1990; y, por último, María Luisa simplemente apareció muerta en su
celda un 19 de noviembre de 1984, con el cuerpo siendo mordisqueado por
las ratas…
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